Tito Bassi, escritor suizo residente en Guatemala desde los años setenta, acaba de publicar Livingston forever, el más reciente de los volúmenes de su obra memoralista. Se trata de los recuerdos del autor durante los casi 40 años que vivió en La Buga, una novela de amor sobre una pequeña comunidad en un pequeño pueblo de un país pequeño frente al Atlantico inmenso.
Livingston forever de Tito Bassi es una topofilia, término del geógrafo Yi-fu Tuan, que aquí lo traduciremos como “una novela del amor por un lugar”: un puerto pequeño en un país pequeño, con una comunidad que es un mar, viviendo frente al Atlántico inmenso. Pareciera autobiográfica: llega un europeo joven con alguna cantidad de plata que parece inagotable, compra un hotelito a un gringo que se va maldiciendo, se manda hacer innumerables pantalones blancos para que Julio Iglesias lo envidie, se relaciona con la gente de allí desde su posición histórica colonial: “viene a hacer América”, según él, como lo viven millones de ciudadanos, todavía con un pie en su lugar de origen y otro en no se sabe dónde, padeciendo el síndrome Bolero, la admiración por una Europa imaginada; pero ahí va el héroe del poema: Antonio Ferrari. Nuestro recién llegado es de origen italiano-suizo; escapó de Insubria, donde “las vacas son tan pequeñas, parecen ovejas y se corre el riesgo de romperse la crisma con el marco bajo de las puertas… todo por economizar…”, donde existe un escritor, Luigi Bolocchi (1962) que escribe en el antiguo lombardo… Un pariente le dice, voz en off que preconiza Livingston:
“…Para anhelar verdaderos cotos rurales, libres, extensos, a la venta y de segunda mano para engañarse a uno mismo de no ser cómplice de la deforestación, solo América Latina”.
La fascinación de nuestro personaje por ese rincón de mar se manifiesta en el paisaje humano, nos pinta desde el loco del muelle, hasta las varias reinas de Saba, eróticas y misteriosas, pasando por los chinos ancestrales, los hindús, los pobladores, albañiles, pescadores, lancheros, calafateadores, huéspedes y las pintorescas autoridades y su ancestral enfermedad administrativa. Antonio en La Buga, (Livingston en garífuna) pasa 40 años.
En lo formal, es decir la manera en que ordena la fábula, hay dos pilares: su notoria afición por la anécdota, como las telas de cebolla de Peer Gynt, nunca hay meollo sino continuidad de revestimientos y tejidos, con algún diseño que hace la estructura, todas diferentes nada más; luego la nostalgia como la rebeldía a la continua destrucción de la utopía. En este caso no es un lugar a donde se llegará o se sueña llegar, sino es el punto de partida. Hemos vivido en una “utopía-antes”. Al final también resulta fuera del tiempo. Veamos esto en las mejores humoradas de Bassi: la ruina de la confianza, pero con esto hay un derrumbe de las condiciones, por no decir, de la vida misma. Este es el carácter principal de la novela.
Regresemos a la anécdota. Esta es una historia corta sin mucha importancia, pero que acentúa la subjetividad, su visión; el registro del suceso que por inverosímil o gracioso merece contarse. En el libro de Bassi, esto es importante. Recordando otra vez al geógrafo Tuan, el lugar amado o topos agatetós es parte del ocio y también del no ocio, del ne- gocio y Antonio tiene intereses de lucro en La Buga, de aquí la importancia del chiste, de la ironía que acontece, porque nos va envolviendo, en la manera que el protagonista necesita comprender para interactuar. La ironía aquí es un poco como la soñaron los románticos: un método de conocimiento. Entender esta pista es poder comprender la psicología de los lugareños, que al final será lo que necesita el protagonista para sobrevivir.
La Buga
Antonio debe sumergirse en una sociedad pequeña, pero con todas las enfermedades de la colonización española, básicamente, con sus consecuencias: la pobreza de la población q’eqchi’, su desconfianza, muchos de sus miembros llegaron a La Buga, huyendo de la famosa Guerra de Castas de 1847 a 1901, su situación es una situación de abandono única (se cuenta que hasta el presente han logrado poner un alcalde q’eqchi’, de apellido Rax, y su situación ha mejorado notablemente, tienen acceso a agua potable y electricidad, después de siglos de miseria…); los garinagus vienen de la trata de esclavos, gran negocio de la colonia; la supremacía económica y educativa de los blancos y los europeos también proviene de allí. Y esa forma de organización social: una situación especial que saltará a la vista de los lectores, la relación tan cercana de Antonio con las autoridades y dentro de estas, los militares, otra herencia del trato de la Corona Española con sus tierras de ultramar.
Este contexto social sumado a las características de los puertos: facilidad de conexión mundial por medio de los mares, relación con ingleses y las maderas finas, alemanes y las cosechas de café, culíes y variedad de trotamundos, gringos, por supuesto, con el denominador común de “hacer business” o simplemente para ser diferentes, como la canadiense que abandona hijo y esposo para ser masajista.
La novela tiende desde la subjetividad a la comprensión holista de la historia humana. Su temporalidad está reducida, a conciencias existenciales, pero de todas formas busca denodadamente captar el fenómeno completo del tiempo que es testigo. Como se dice desde Cervantes, la novela, colección de pequeñas narraciones intenta explicar el fenómeno completo de la historia que narra como si esta fuera “la historia universal”. Este esfuerzo de comprehensión difícil en nuestros días, debido a las situaciones complejas que se producen en la postmodernidad, tiene que experimentar sin detenerse. Todo se agolpa en una avalancha de sucesos que nos hacen vivir el mundo desde la intimidad hasta la exterioridad sin descanso: en Bassi, por ejemplo, un cargador de maletas recuerda al Patrice Lumumba, el líder anticolonialista del Congo; la morenaza dueña del bar Marabú es la reina de Saba; Yasenia, amiga, es de pronto Grace Jones, la china Bond y sofisticada supermodelo de los 90; Ángela Davis la activista nuyorquina le pide posada unas noches en su hotel, el mismo Antonio, protagonista y supuesto biografiado, parece Larry Darrel el héroe místico de Somerset Mougham en Al filo de la navaja, por su porte, sus atuendos (recordemos sus docenas de pantalones blancos) y su magnanimidad que, además, nunca queda bien. Esta característica de insertar la ficción como la vida misma es parte de toda la hechura novelística. Una función sine qua non de la narrativa, específicamente de la novela como la necesidad de captar nuestra significación del tiempo. En este caso, además, es parte de ese aluvión informativo, como los nombres en latín de animales y plantas, que se ha convertido en parte constitutiva de la inmanencia, uso esta palabra para provocar su contraparte, la trascendencia. Y que en Bassi se alcanza por medio de la anécdota que nos adentra paso a paso al segundo tema: la nostalgia como el intento de cambiar el concepto lineal del tiempo.
Relato de recuerdos
Livinston forever es un relato de recuerdos, de despedidas, por ende, también de muerte. Desde el principio Caracolito, el pescador de apnea, muere recién comprado el hotel que amarra a Antonio al puerto, hasta el amate del cementerio y sus vecinos y muertos, que a su vez, lo soltarán. Sin embargo, me detendré en el capítulo dedicado al hermano del protagonista, Mateo Ferrari, que es donde el fenómeno de la nostalgia cobra su mejor expresión. Antonio para convencerlo utiliza, menos abreviada, la fórmula de otro suizo italiano en Guatemala, Mauro Calanchina: “Aquí todo tiene sentido, en Suiza todo está hecho”.
Mateo llega para ayudar a Antonio. Este muchacho apodado Chuck Norris, el legendario contrincante de Bruce Lee.
Aquí de nuevo se vuelve a sentir en los testimonios el paso del siglo XX. Cuánto no se le debe a esa creación de primera mano del relato testimonial. En este caso cartas mandadas desde un exilio voluntario y entonces, vamos viendo desde una barricada del viejo mundo, desde un avión que cambiará los destinos de países en África, de Medio Oriente, el criterio de alguien forjado en un ápice del mundo, donde la historia a fuerza de ser ignorada, llega con más detenimiento: Mateo en pocas líneas, a veces solo con una observación, describe la realidad donde también la utopía escapa: “Turquía debiera ser de la Unión Europea; el problema del islamismo debiera tratarse con nueva mirada; Sadam Husein es un problema, derrocado o no”. Las estrategias de ultramar de Francia y por ende de la UE, la isla Mayotte al sureste de África; y a la par la crítica sobre ese país de matones; y también las ausencias personales: las mujeres, los frijoles, el chile, los “panitos”; El “matan más los malos pensamientos propios que los enemigos”; los atisbos de una guerra química futura y la manipulación mediática de la que ya somos testigos; Mosul y las estrategias gringas para administrar la guerra; el intenso verdor de Guyana y la remembranza de La Buga y su ríos, el Sartún y la cuestión dura: sobreviven solo 3 de 9 soldados en la Legión; la conclusión: la guerra contemporánea arrastra todos los pasados. Y de pronto en los recuerdos de Mateo, en esa curva impresionante de la temporalidad humana: Minugua en 1997, los esfuerzos por hacer vivible este país, luego las últimas imágenes del veterano de la Legión y una pirámide de cerveza en un supermercado: la voz de su pequeña Esmeralda: “¡Papi, papi, aquí ya tienen preparadas tus cervezas!” El mundo nos alcanza. La Buga, la Guyana y Mayotte bajo el mismo tacto. La colusión imposible.
Este periplo de Mateo, periscopio de La Buga por el planeta, su afán y sus cansancios. Soluciona para Bassi, el problema de la inmanencia que apunta a la totalidad. Esa colección de historietas que narran sin mayores embustes, con la simplicidad de un cuenta cuentos, la condición humana tan cara a Günther Anders y muchos de los europeos de la postguerra, donde sin duda está su autor.
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